Cómo ser soltera y no morir en el intento, o la vida (casi) perfecta de una solterona del siglo XXI
Soy soltera, sí, y aunque las tendencias venden la vida perfecta de los singles y las maravillas de vivir sola, el pan Bimbo sigue siendo en formato familiar.
Cada semana, cuando hago la compra, me invade la misma pregunta mientras paseo entre los estantes del supermercado: ¿por qué todo parece pensado para una pareja o una familia? ¿Por qué tengo que comprar el pan de molde que me gusta, ese grueso especial para tostadas, en un formato familiar que caduca en diez días si apenas me comeré la mitad? ¿Por qué los paquetes de pasta, los geles de baño o los botes de salsa parecen diseñados para un regimiento? Es una paradoja curiosa: en un momento en el que el desperdicio alimentario está más en el foco que nunca, sorprende ver cómo el sistema de consumo sigue sin adaptarse a aquellos que vivimos solos. Sobre todo, cuando un martes cualquiera, te das cuenta de que el paquete de yogures ha caducado o que un tercio de tu nevera va a terminar en la basura, o haces lentejas para quince porque las medidas de uno son imposibles de gestionar. Un dato: según el Informe sobre Desperdicio Alimentario de 2023, cada español desecha aproximadamente 61 kilos de comida al año. Y quienes más contribuimos a estas cifras somos, en su mayoría, las personas solteras. Y no me sorprende, al fin y al cabo el sistema no está creado para nosotros.
El pasado 11 de noviembre se celebró el Día del Soltero, una efeméride curiosa que nació en China en 1993. La cifra del “1” representa la soltería en una sociedad donde tradicionalmente la unión familiar ha sido uno de los pilares. Lo que comenzó como una broma entre universitarios sobre por qué existe San Valentín pero no celebramos la soltería, ha evolucionado en una fiebre consumista que hemos importado, al igual que hicimos en su día con el Black Friday y que ahora forma parte de las estrategias de ventas y marketing de todas las marcas que nos inundan de anuncios recordándonos que, si somos solteras —o no, porque nadie te pide un carnet de soltería cuando compras—, el smartphone de turno o la freidora de aire de moda son más baratos.
Según el Instituto Nacional de Estadística en 2023 en España había 14 millones de personas solteras, aunque esto no significa que todas vivan solas o no tengan pareja (muchos no se casan). De hecho, solo cinco millones y medio de personas sí viven en soledad y para muchos, la experiencia sigue sin ser tan fácil, práctica o platónica como nos la han vendido. Que sí, que muy bonito eso de los viajes de solteros para conocer gente y que nadie te mire raro ya cuando comes sola en un restaurante, pero hay muchos detalles que nos recuerdan que las rutinas diarias están diseñadas para ser compartidas. “Las mejores ofertas para ahorrar antes del Black Friday”, “Así son los ‘single’, el colectivo que ni busca pareja ni la quiere”, “Si eres single, ya puedes pedir tu hipoteca”, “Mejor sola que mal acompañada, las mujeres single triunfan”… es solo un ejemplo de algunos de los titulares que leí el pasado lunes y que, por supuesto, utilizan el anglicismo porque genera más clickbait, eso lo sabemos, pero que más que mostrar interés de lectura lo que hacen es espantarme. Porque ni somos un colectivo, ni es cierto que no queramos pareja y, por supuesto, si apenas podemos pagar un alquiler de esos estratosféricos solas y muchas personas viven compartiendo piso, tampoco podemos pedir una hipoteca.
Por eso, mi duda existencial con el concepto de ‘single’ que nos venden va más allá de la fecha marcada en el calendario para que sigamos comprando cosas que no nos hacen falta. Vivimos en una sociedad cada vez más individualista, en la que continuamente parece que ser soltera es un reto impuesto y no elegido. No me malinterpretes, soy soltera por elección y me gusta, pero creo en el amor romántico y en que, en algún lado existe esa persona con la que compartir. Lo que me rechina es esa definición de single que tenemos actualmente, sobre todo hacia nosotras, esa idea de que, si eres soltera pasada cierta edad, te conviertes en una solterona aunque sea voluntario. De repente eres una de esas señoras que el imaginario colectivo dicta que acabará en una casa pequeña llena de tapetes de ganchillo rodeada de mininos, calca de esa loca de los gatos de Los Simpson. Un debate que ha marcado incluso parte del discurso de las elecciones en Estados Unidos, con un exacerbado Donald Trump que llama “cat ladys” y desgraciadas a todas aquellas mujeres sin hijos y solteras, y que hizo saltar a la mismísima reina Taylor Swift en Instagram con un guiño muy gatuno contra el candidato (y futuro presidente) republicano.
Hace años que utilizo mi propio eslogan: soy una solterona, sí, pero del siglo XXI, a raíz de que una familiar directa le dijera a mi madre “ay, tu hija es una solterona, con la edad que tiene viviendo sola y sin hombre”. Yo qué sé, la cosa no debería ser para tanto si viviéramos en la Edad de Piedra (y tampoco). Y ahora, años después de eso y entrada en la década de los cuarenta hace tiempo, adquiere más sentido cuestionar todo esto y decir en voz alta esa frase.
Remontémonos un poco a la parte más lingüística. La RAE define solterón/a como aquella persona entrada en años que no se ha casado. “Entrada en años”, “que no se ha casado”. ¿No deberíamos empezar a eliminar ciertas definiciones de nuestro diccionario? Ironicemos un poco: qué trauma el ser mujer y soltera, qué desastre que vivamos sin un macho a nuestro lado, cómo se nos ocurre, qué error el disfrutar de querer trabajar, qué triste generación que no quiere ser tradicional y tener hijos y familia. Lo que más me sorprende de la acepción de la Real Academia es que admite tanto el masculino como el femenino y, sin embargo, ¿cuántas veces hemos escuchado la palabra solterón? Hablemos claro, a un hombre jamás le pondremos ese adjetivo, ya que, si estás por encima de los cuarenta, con trabajo, dinero, viviendo de manera independiente y disfrutando de esa condición, le llamamos “soltero de oro”. Qué gracia, siempre me imagino a un hombre embadurnado de arriba a abajo en oro de 24 quilates como si fuera un Oscar. En cambio, solterona sonará como insulto, como algo despectivo de lo que nos debemos deshacer inmediatamente, vaya que se nos pase el arroz.
La escritora Kate Bolick, autora del bestseller Solterona, dice que se dio cuenta (durante una relación) de que tenía esos “deseos de solterona” —expresión con la que se refería a los momentos de soledad— cuando su pareja se marchaba, en los que se sentía más plena. Y esta es una de las claves. El estereotipo de la persona no realizada es algo que la sociedad nos ha marcado como patrón en la era moderna, y qué mejor que alimentarlo a través del cine, que te mete entre ceja y ceja que tienes que encontrar al amor de tu vida en los pasillos de ese supermercado donde todo está pensado para dos; como Kate Winslet en The Holiday, donde se presenta a su personaje como independiente, pero “que no está realizada” y vive obsesionada con encontrar el amor. Ella se define como soltera y no evita soltar una lágrima cuando lo verbaliza, como si fuera la mayor maldición que pudiera sufrir. Y eso, precisamente, es lo que más rabia me da, que se dé por hecho que, sin amor, no estamos completas. Precisamente, la conversación con amigas (y ojo, amigos también) muchas veces gira en torno a eso: somos felices, pero nos apetece un compañero de aventuras. Y no por eso lloramos por las esquinas como el personaje de Winslet. Recientemente, entre podcast y podcast de WhatsApp con una amiga, ella me decía que no entendía cómo su círculo estaba lleno de mujeres extraordinarias con el mismo debate interno, que Bumble, Hinge o Tinder demostraban lo mal que estaba la situación cuando deslizas hacia la izquierda de más de quinientos perfiles, pasándote el juego de las pseudocitas.
Ser soltera o soltero por elección es cada vez más habitual, queremos ser autosuficientes, pero el deseo de tener un compañero sigue estando ahí, latente. Y me parece precioso tener ambos lados de la cuerda de las emociones cogidos del mismo sitio. En el fondo, el deseo de compartir no es antónimo de la independencia, sino un complemento. Muchos lo somos por decisión propia, mientras que otros lo aceptan como una fase vital. Y no hace falta sacar rédito comercial y marcar un día en el calendario para recordárnoslo. Al final, creo que todos coincidimos en algo: a veces es mejor dormir sola y en diagonal en tu cama de metro cincuenta que enredada en una relación tóxica por “no querer estar sola”. La vida de soltera, en toda su complejidad, sigue siendo tan real como el pan de molde, que, por el momento, sigo esperando un paquete de mi tamaño para disfrutar de una buena tostada a la plancha los sábados por la mañana en mi casa sin pensar en que me va a caducar antes de tiempo.
Creo que el estigma nace de dos fuentes- por una parte la entrada de la mujer en el mundo laboral que nos ha hecho “no necesitar un hombre” en el estricto sentido de la expresión, y nuestra emancipación ha sido tan rápida que el cerebro colectivo social ha implosionado. La segunda es la incapacidad de dicho cerebro de imaginar que ya no tenemos que conformarnos. Vivimos en un mundo que tiende a malignizar lo que no entiende. Y no entiende conceptos como la realidad de poder ser feliz y seguir anhelando algo pero sin frenesí ni desesperación (como ser feliz sola pero querer pareja/ o ser feliz sin hijos pero quererlos sin poder tenerlos/ o ser feliz con pareja y niños pero necesitar irte de vacaciones sola porque estás hasta los cojones).
Tú tranqui, que el pan de molde se puede congelar! Y si no, congelas bollitos individuales y verás que delicia desayunarlos en tu casa, tan tranquila, sola, sin que nadie te interrumpa 😎 con lo guay que está disfrutar de los momentos de soledad y silencio… bendita vida de “solterona”!
te lo dice una felizmente casada y con intención de seguir así 😝
Un placer leerte por aquí